Los geocientíficos finalmente han explicado por qué algunas islas oceánicas contienen rastros inesperados de material continental, a pesar de estar alejadas de cualquier masa continental. La respuesta está en un proceso previamente subestimado: los continentes no sólo están a la deriva en la superficie de la Tierra, sino que están siendo despegados lentamente desde abajo por “ondas del manto” masivas y de lento movimiento. Este descubrimiento cambia la forma en que entendemos la tectónica de placas y la actividad volcánica.
El misterio del material continental en los océanos
Durante décadas, los científicos se preguntaron por qué el manto oceánico (la capa debajo del fondo marino) parecía contaminado con antiguas rocas continentales. Dos teorías principales no lograron explicar completamente este fenómeno. Uno sugirió que la fuente era la corteza reciclada de las zonas de subducción (donde una placa se desliza debajo de otra). El otro propuso que las plumas del manto, columnas de roca caliente que se elevan desde las profundidades de la Tierra, transportaban este material hacia arriba.
Sin embargo, ninguno de los dos explicó por qué algunas regiones mostraron poca evidencia de cualquiera de los procesos y por qué el enriquecimiento varió tanto en edad. La nueva investigación sugiere que la explicación es mucho más fundamental: los propios continentes están siendo erosionados desde sus raíces.
Cómo las “ondas del manto” despojan a los continentes
Cuando los continentes se rompen, las inestabilidades resultantes crean ondas de movimiento lento en el manto superior. Estas ondas barren la base de los continentes a profundidades de 150 a 200 kilómetros (90 a 125 millas), raspando el material de sus raíces. Este material despojado es transportado a grandes distancias (más de 1.000 kilómetros) y enriquece el manto oceánico.
Este no es un evento repentino; es un desastre geológico. El proceso es tan lento que las astillas continentales se mueven a un ritmo un millón de veces más lento que el de un caracol. Sin embargo, estas escalas de tiempo significan que los continentes dejan una huella química persistente mucho después de haberse fracturado.
“Hemos descubierto que el manto todavía sufre los efectos de la desintegración continental mucho después de que los continentes se hayan separado”, explica el geodinámico Sascha Brune de la Universidad de Potsdam. “El sistema no se apaga cuando se forma una nueva cuenca oceánica: el manto sigue moviéndose, reorganizándose y transportando material enriquecido lejos de donde se originó”.
Evidencia del Océano Índico
La cadena de volcanes submarinos y montañas en el Océano Índico –incluida la Isla de Navidad– proporciona pruebas sólidas de esta teoría. Formada hace más de 150 millones de años cuando el supercontinente Gondwana se rompió, esta región muestra un vulcanismo enriquecido que ocurrió dentro de los 50 millones de años posteriores a la división. Fundamentalmente, carece de las características de la actividad de la pluma del manto, lo que se alinea con el modelo de “onda del manto”. El enriquecimiento disminuyó con el tiempo, como predijeron los investigadores.
Más allá del vulcanismo: otras implicaciones
Esta investigación tiene implicaciones más amplias más allá de explicar el vulcanismo oceánico. Las mismas ondas del manto también pueden desencadenar erupciones de magmas ricos en diamantes desde las profundidades de la Tierra. Además, pueden provocar un levantamiento continental, lo que obliga a partes aparentemente estables de los continentes a elevarse más de 1 kilómetro, dando forma a algunas de las formas terrestres más espectaculares del planeta.
En conclusión, los continentes de la Tierra no sólo se están rompiendo; se están disolviendo lentamente desde abajo. Este proceso, impulsado por el movimiento implacable del manto, cambia fundamentalmente nuestra comprensión de la tectónica de placas y la evolución a largo plazo de la superficie de nuestro planeta. El descubrimiento destaca cuán interconectados están los procesos internos de la Tierra, con efectos que se propagan a lo largo del tiempo geológico.
























